domingo, 20 de julio de 2014

25.- La cabeza coronada bajo el hacha del verdugo

       El primer revés que la monarquía absoluta europea sufre dolorosamente en su correosa piel tiene lugar en Inglaterra, precisamente en los tiempos en que Thomas Hobbes publicaba sus obras. Históricamente este acontecimiento es conocido como la Revolución de Cromwell . Cromwell es un personaje controvertido, especialmente porque es integrante de los puritanos, sector religioso que se había separado de la religión oficial y que propugnaba entre sus ideas más destacadas  que la burguesía había sido encargada de construir una sociedad donde los ricos debían acumular capital y los pobres trabajar en sus oficios, por mandato divino. El dinero obtenido por sus actividades era la recompensa de Dios, quien los bendecía de ese modo por su trabajo.  Es decir, asume el capitalismo, con justificación divina. Hablaremos algo más de esa idea peregrina, y tremendamente actual en la práctica, en el capítulo siguiente.
            Pero conocer su enfrentamiento con el rey Carlos I de Inglaterra, convencido del origen divino de  su  poder absoluto, y poco dispuesto a compartirlo con el Parlamento, puede ayudarnos a comprender esta lucha por la soberanía que llega hasta las acampadas del 15 M.
            Como consecuencia de dos guerras civiles Carlos I, un monarca absoluto europeo, es ajusticiado en 1649, mediados del s. XVII. Como consecuencia de esos acontecimientos, y no sin problemas para su consolidación como sucede siempre con cualquier novedad en la reestructuración de las sociedades, en el último tercio del s. XVII la Monarquía Absoluta inglesa ha derivado en Monarquía Parlamentaria; comparte su poder con el Parlamento en el que la burguesía ha consolidado su posición. Ha logrado su cuota de soberanía. Interviene en la elaboración de las leyes. Puede, mediante esa participación en la elaboración del cuerpo legal, defender sus intereses.
            En eso consiste la soberanía y no en otra cosa, en decidir cómo ha de organizarse la sociedad en la que vivo para que mis intereses,-que estableceré como derechos para que tengan más justificación moral – estén defendidos. La burguesía  en esa época está más organizada, tiene más recursos, más conciencia de clase, más cultura. Son sus componentes el primer grupo humano que logra romper la férrea estructura de privilegios que Europa heredó de la Edad Media como organización política  y social. La soberanía, como instrumento para establecer las normas que rigen a una comunidad, es un bien muy reñido. No se concede a los demás de forma gratuita. La historia de los avances en  la igualdad efectiva ante la ley ha sido cruenta, larga y permanente. Cada colectivo que ha emprendido la batalla por ella no luchaba por la igualdad de todas las personas, sino por sus intereses de grupo, por conseguir sus propios privilegios, o por arrebatar a otros privilegios que consagraban desigualdades insoportables.
            En el caso de la revolución de Cromwell hay también fuertes componentes religiosos.
            Religión y poder han estado siempre estrechamente ligados desde el origen mismo de la sociedad humana. Hay colectivos que  se sienten por encima de la soberanía de la sociedad que se plasma en las leyes y pactan su apoyo a grupos de poder, generalmente los sectores más conservadores, para garantizarse la defensa de sus intereses. Son aquellos que consideran que las leyes emanadas de los parlamentos tienen un rango inferior a la verdad “revelada” que rige sus vidas. Aquellos que se sienten superiores “porque Dios está con ellos” Y Dios es indiscutible. Se caracterizan por una soberbia infinita y una agresividad sin límites amparados en su pretendida superioridad moral. Por más que el cuerpo legal, las constituciones, los acepten, los financien y los respeten como parte del colectivo de un país, siempre aspiran a formas de preeminencia, a privilegios entre los cuales se permiten otorgarse el derecho a establecer las reglas morales por las que todos debemos regirnos. En ocasiones, creo que gozarían con juicios mediáticos de la Inquisición en las televisiones afines, o sin escrúpulos – que las hay- en horas de máxima audiencia. Gente así no me asquea por sus creencias, que no puedo compartir, sino por su soberbia irracional, por su conciencia de elegidos, de casta moralmente superior en base al único fundamento de su fe, por su permanente discurso de víctimas de persecución. Falsa persecución, pero ese mensaje se repite desde los medios afines hasta que parezca verdad. Consideran persecución cualquier manifestación crítica sobre sus actitudes o sus procedimientos. Son intocables. Los elegidos de Dios. Los poseedores de la única verdad. Basan su influencia en la manipulación de las conciencias, con el instrumento del miedo atávico a la vaciedad de la muerte de los seres humanos.
            En España tienen infinidad de privilegios. Por ejemplo, la Iglesia no paga IVA por sus actividades económicas, ni IBI por sus múltiples propiedades inmobiliarias. Y percibe cantidades millonarias del Estado sin que haya una justificación en su utilidad colectiva.  ¿No nos recuerda eso de alguna manera los privilegios del Antiguo Régimen…? Son ellos quienes persiguen a los demás, empeñados en que asumamos sus creencias y sus valores, algunos de ellos injustificables moralmente.
            Hay que decir, en honor a la verdad, que hay infinidad de creyentes en cualquier religión que no comparten estos procedimientos y que no se dejan manipular por sus jerarquías en el espectáculo mediático de proclamar sus bondades y la malicia de la sociedad secularizada en la que vivimos.
            Nunca los integraremos en un sistema democrático, como a ningún integrismo más o menos velado. Pueden aceptar las reglas mientras les reporten ventajas. De otra manera enarbolarán agresivamente sus verdades reveladas y puede que hasta nos excomulguen, nos nieguen el paraíso y nos exijan ventajosas condiciones fiscales en el Concordato al tiempo que roban bienes públicos cedidos en uso, inscribiéndolos en el registro de la propiedad como propios en virtud de un decreto del ínclito José María Aznar, prolongando disposiciones legales surgidas durante el franquismo.

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