martes, 24 de junio de 2014

23.- Conciencia de clase

       Desde luego, la plebe romana aprendió la lección. Tenemos noticias de alguna "secessio plebis" más a lo largo de la República. Y en cada una de ellas se obtuvieron los objetivos propuestos.
            Fue importante la rebelión de 449 antes de Cristo. La ley escrita no existía. La función de establecer justicia correspondía a los patricios, únicos que podían ejercer magistraturas. Y la interpretación de la ley se ajustaba  a la "memoria" de los jueces, cuando no a la interpretación torcida para favorecer a sus iguales. La disparidad de penas por delitos similares era escandalosa. En los casos de disputas entren patricios y plebeyos, la esperanza de una decisión justa era pura quimera, una extraña casualidad.
            La "secessio plebis" del  449 perseguía un objetivo claro.
            Las leyes debían estar fijadas por escrito. La interpretación de los hechos, las decisiones de los tribunales, los castigos, en su caso, debían ser los establecidos en normas claras y de conocimiento público. Lo consiguieron. El resultado fue la Ley de las XII tablas. No entraremos en su contenido, pero autores como Tito Livio o Cicerón las alabaron por considerar que en ellas estaba el origen del derecho romano.
            Otra notable "secessio plebis" tuvo lugar el 445 antes de Cristo. Su resultado fue "la ley Canuleya" que permitía el matrimonio mixto entre patricios y plebeyos. Hasta entonces había estado rigurosamente prohibido para mantener la pureza de la "gens", el linaje patricio y, sobre todo, para evitar el acceso de miembros de la plebe - por matrimonio- a la selecta minoría que detentaba las riquezas y el poder político.
            La "secessio" del 409 antes de Cristo logró que por primera vez los plebeyos pudieran optar a una magistratura, un cargo público, que les permitiera posteriormente su acceso al Senado, a órgano que elaboraba y aprobaba las leyes.
            La del 367 antes de Cristo produjo las leyes "Liciniae-Sextiae", disposición legal que establecía que uno de los dos cónsules de la República - casi todo los cargos eran colegiados, desempeñados por más de una persona- debía ser de origen plebeyo. Este logro es verdaderamente importante en la toma de posiciones de la plebe. Para entendernos, el cónsul, salvando las distancias, era el cargo equivalente al de presidente de gobierno, con poderes militares, además. El cónsul pasaba al senado de forma automática. La plebe ha logrado ya acceder de pleno derecho al órgano que dicta las leyes. Ha conseguido una importante cuota de soberanía, "derecho a gobernar o gobernarse".
            El momento álgido de sus conquistas lo representa la "Secessio Aventina", en el año 287 antes de Cristo. La plebe volvió a retirarse al monte Aventino, en esta ocasión, y como consecuencia de ello, el Senado tuvo que admitir la mayor cota de soberanía de la plebe de toda la Historia de Roma: las decisiones de las Asambleas de la Plebe tenían poder de ley ("plebis scitum"), por encima de los criterios del órgano legislador. El plebiscito tenía mayor poder que el Senado en la elaboración de las leyes  por las que Roma se regía.
            ¿Os imagináis que aún dispusiéramos de tal grado de soberanía...?
            Conviene no seguir adelante sin hacer alguna reflexión. Aunque faltan siglos para que los intérpretes de la organización social acuñen el término "clase", o "sociedad de clases", en los acontecimientos que acabamos de reflejar hay una manifestación clara de "conciencia de clase" y de "lucha de clases".
            Para empezar  hay un grupo con conciencia de clase desde su propio origen. Los patricios son plenamente conscientes de que forman una clase especial de individuos en la organización de la sociedad romana, cuyo rasgo distintivo es el goce de los privilegios económicos y políticos. Son los privilegiados los primeros en desarrollar la conciencia de clase.
            Por contraste podemos distinguir en estos movimientos de la plebe romana que acabamos de describir  un proceso que responde a la  formación de conciencia de clase por parte de ese colectivo.
            Se dan las circunstancias que nos permiten utilizar el término. Primero, numerosos individuos que conviven en poco espacio - Roma era una ciudad enorme-, son conscientes de que soportan problemas semejantes; el mismo colectivo, disperso como población en un territorio más amplio, habría tenido menos oportunidad de tomar "conciencia" y nunca la habría tomado de su fuerza.
            Toman conciencia, además, de que esos problemas comunes derivan de una organización económica, social y política que se basa en la desigualdad y en la que sus intereses no son considerados por los poderes- ajenos a ellos- que escriben las leyes, las ejecutan y enjuician a quienes no las cumplen.
            Esa situación conscientemente compartida por una significativa mayoría es el cimiento de la conciencia de clase por parte de la plebe.
            Pero hay otros factores. Toman, también, conciencia de que son necesarios, imprescindibles, para el funcionamiento de la estructura económica y social. Incluso, para la defensa frente a enemigos exteriores. Esa dependencia  del sistema de su capacidad productiva y como sustento de las estructuras les concede un factor imprescindible: la conciencia de su propia fuerza. Lo demás es establecer las estrategias y asumir los riesgos.
            Estos rasgos los veremos repetidos en cada uno de los movimientos que analizaremos para intentar comprender el Movimiento 15 M.
            ¿Deprime o consuela? Hace dos mil quinientos años  nuestros antepasados abandonaban la ciudad y acampaban en los montes, en pos de la soberanía que los privilegiados le negaban. Hoy hemos de acampar en el centro de las ciudades populosas por la misma razón. No es arriesgado suponer que esto no acabará nunca.
                        Al menos nos enseñan. Tomaron conciencia de una situación injusta, compartida por todos; tomaron conciencia de su número y, como consecuencia, de su fuerza;  tomaron conciencia de la importancia estratégica de concentrar sus demandas en escasos objetivos, reclamados de forma unánime, sin dispersar sus fuerzas. Hombres de la edad del hierro nos enseñaron el camino. Triunfaron. Cada vez que la plebe romana se echó al monte, logró sus objetivos. Y ellos no tenían ni nuestra sabiduría, ni nuestros medios, ni nuestra protección legal en un sistema democrático. Quizá su indignación era más vibrante que la nuestra porque su miseria era mayor.




No hay comentarios:

Publicar un comentario